Fúlgido acre, el espíritu de esta época

El arte de escribir es arduo y complejo. Se basa en una mentira que el escritor refiere y los lectores aceptan para descubrir la verdad. Hay escritores que cuentan historias del pasado; otros, que relatan su interior; y algunos abren los ojos a su tiempo y descubren esa verdad que de tanto mirarla permanece oculta.

Juan Maria de Prada es de esos escritores que sale a la calle, entra en las casas, en los despachos, en los cafés o en los palacios para contar el presente. Esa realidad que de tanto mirarla se oculta a la conciencia.

Narrada en primera persona, la novela relata los avatares de un escritor, dispuesto a cualquier tropelía o engaño con tal de conseguir el éxito, que escribe otro escritor y corrige bajo la censura de su representante. Comienza con el trapicheo para la obtención de un importante premio literario, que logrará tras reunirse con los miembros del jurado en la casa de su protector.

Tras ser declarado favorito por las filtraciones a la prensa, el escritor y periodista obtendrá una mayor proyección profesional, la edición de su obra postergada y la mejora de sus relaciones sociales, entreveradas con la investigación policial como principal sospechoso por el asesinato de su antigua amante y la cómplice duda de su esposa.

La inmarcesible defensa de los principios y valores éticos que hace en su columna de prensa y la ecuánime crítica del desorden y la doble moral, contrastarán con la mentira de su vida privada, valiéndose de sus influencias mediáticas y políticas para salir airoso del cerco judicial.

A la interesante trama que recorre los platós de televisión, la comisaría, las salas de arte, la del tribunal de justicia, los insignes restaurantes, los realitys o la prisión, se añade la ruptura de la cuarta pared con la autocrítica del autor; ardid que recuerda a los Monederos falsos de André Gide. Crónica cínica desde la perspectiva de un pícaro cuya falacia no resta valor a la crítica.

Publicada por el Club de Autores, Fúlgido acre refleja el espíritu de nuestra época, en el que los principios y valores asumidos son moneda de cambio para alcanzar el aplauso fácil y el reconocimiento público. Recordando a Groucho, aunque no le pertenezca, se podría resumir en algo así como: Tengo estos principios, pero si no les gustan puedo darle otros con tal de conseguir el éxito. 

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